jueves, 13 de octubre de 2011

Pelo Rojo. Piel Blanca. Sangre Caliente.


Se presentó a deshoras en mi casa, venía borracha, con un cigarro a medio consumir en los labios, el pelo color fuego despeinado de bailar toda la noche e incendiar a toda la sala, mirándome entre la suficiencia y la ternura, entre la frialdad y la calidez de su piel blanca. No dijo nada. No le hacía falta decir nada. Me apartó de la puerta con un ligero empujón y tiro el bolso, chaqueta y zapatos en medio del pasillo, antes de que me hubiera dado tiempo a cerrar la puerta.
Se apropio de la casa con solo entrar y mirarme. Habló y dijo : -Dijiste que viniera siempre que quisiera y estuvieras disponible.
Se acercó y me besó. No fue un beso lánguido de entrega. No hubiera querido un beso así suyo en esas circunstancias. Era casi un reto. Sus ojos brillaban. Yo sonreía. Ella también. Su sonrisa me mataba. Me llegaba dentro. Me recorría.
Seguía fumando mientras llegaba al comedor, se quejaba del calor y se sentaba en el sofá....
Su pello rojo contrastaba con el verde del sofá. Apagó el cigarro haciendo un anillo y dijo : Aun sigo sobria, o al menos demasiado como para encerrarme aquí. Vámonos. Al menos yo me voy corazón. Bebamos y fumamos todo lo que haya que beber y fumar. Y luego, me dejaré ablandar y te pediré que me acojas esta noche... Una noche que como tu dijiste durará todo lo que queramos mientras me llenas la piel con lo primero que escribas, seguimos bebiendo, seguimos fumando, seguimos explotando de deseo, y no subimos las cortinas...
Como negarse... Como decirla que no... Asentí. Volvió a sonreir. Volvió a atravesarme. Ahora entiendo a Adán. Una eternidad con Eva no hubiera tenido comparación con una noche con Lilith.


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